Se han convertido en parte fundamental durante los períodos críticos de incendios en Bolivia. Tras el desastre de 2019, surgieron muchos grupos, pero varios de ellos ya venían haciendo un trabajo silencioso y poco reconocido. ¿Quiénes son estos hombres y mujeres que dejan todo para salvar los bosques que quedan?

Por Rocío Lloret Céspedes

Este reportaje fue elaborado en colaboración entre La Región y la Red Ambiental de Información (RAI), como parte del Fondo Concursable Spotlight XI de Apoyo a la Investigación Periodística en los Medios de Comunicación que impulsa la Fundación para el Periodismo.

El traje de bombero de Juanito Cuéllar Chuvez (47) por ahora está colgado. Esta tarde apacible de noviembre en Santiago de Chiquitos (Roboré), se quedó en casa para ordenar el caos que deja una mudanza reciente. “No tengo mucho tiempo”, dice amable, pero se toma las horas suficientes para hablar de aquella responsabilidad que asumió hace dos años como comandante de la Brigada de Bomberos Comunales de Santiago.

Juanito vive a diez cuadras de la casa de Elmar Cuéllar Gómez, otro miembro del grupo voluntario. Él, sus hermanos y sobrinos mayores de 18 años, rápidamente descuelgan los trajes de seguridad cuando hay un llamado para atender una emergencia por fuego. Hoy, en cambio, todos ellos combaten el calor de esta selva verde bajo un árbol de ramas largas, mientras niños chiquitos juegan en el suelo de arena sin siquiera afanarse.

Hace poco menos de un mes, esta escena de tranquilidad habría sido imposible. Santa Cruz se encontraba en época crítica de incendios y a los bomberos de Santiago les tocó controlar al menos seis dentro de la Reserva Municipal de Vida Silvestre Valle de Tucabaca. Tras concluir su misión, les pidieron apoyar a sus vecinos de San Matías, un municipio donde ardieron alrededor de 916.486 hectáreas, de las cuales 697.929 hectáreas se quemaron dentro del Área Natural de Manejo Integrado (ANMI). Fue el incendio que más tiempo duró este año, porque se prolongó por cuatro meses.

Cuadrilla de bomberos comunitarios de Santiago en San Matías. Foto: Juanito Cuéllar

La efectividad del grupo -conformado por cuadrillas de la Organización Territorial de Base (OTB) San Lorenzo de Tucabaca, Santiaguito y Santiago- ayudó a que las emergencias en su territorio no pasen a ser de magnitud como sucedió en 2019.

Los bomberos de Santiago y muchos otros grupos surgieron, precisamente, tras ese desastre ecológico. En el país había brigadas de bomberos voluntarios en las principales ciudades, pero sus integrantes estaban especializados en incendios estructurales, rescate vehicular o materiales peligrosos. A partir de 2019, todos vieron la necesidad de capacitarse, actualizarse y equiparse para enfrentar incendios forestales.

Hablar con ellos casi siempre lleva a la misma respuesta. “Lo hago porque quiero que mis sobrinos o mis hijos puedan respirar aire puro. Aquello era como estar viendo el Apocalipsis: animales muertos, kilómetros y kilómetros de un paisaje negro; un desierto”, dice Pablo Yturbide. Y así describe cómo quedó la Chiquitania hace dos años.

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En San Matías, uno de los municipios cruceños donde los incendios se prolongaron más tiempo. Foto: Andrea Carpio / URIF.

Con 31 años, este profesional de la Fuerza de Bomberos de la República Argentina dejó su país, su empresa y un trabajo estable en la provincia Entre Ríos para sumarse a los Bomberos Voluntarios Forestales Quebracho, un grupo que surgió meses después de los incendios de 2019. Ahora vive en Santa Cruz y se encarga de la preparación física de este grupo de élite conformado por 30 miembros y ocho aspirantes. Decidió empezar de cero y para mantenerse confía en que encontrará alumnos que sigan sus ejercicios.

Especializado en rescate acuático y respuesta inmediata, Yturbide supo de los incendios en la Amazonia boliviana por la prensa internacional y vino como voluntario con un grupo de compañeros.

Yo dije, no debe ser tan grande. La onda era venir y prestar colaboración. Empezamos el primer día el recorrido por Taperas (San José de Chiquitos) y ahí notamos que la quema era algo que nunca antes habíamos visto. Eran incendios de sexta generación que se ven pocas veces en el mundo: hubo uno en Australia, otro en Chile y acá.

Armando Rodríguez, gerente de proyectos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), dice que los incendios de sexta generación a los que se refiere Yturbide, tienen que ver con la intensidad del fuego.

–       Un incendio de sexta generación puede modificar el microclima de la región. La temperatura llega a elevarse tan rápido que las nubes de humo que se liberan a la atmósfera modifican la temperatura y la humedad en la vegetación. Por eso tienen esa categoría internacional, por su alta intensidad y poca duración.

El año que marcó muchas vidas

En 2010, Bolivia registró un récord de áreas quemadas: nueve millones de hectáreas entre enero y octubre. En 2019 fueron 6,5, pero en menor tiempo.

Las imágenes de la destrucción cambiaron muchas vidas, incluso a miles de kilómetros del epicentro de los incendios: la Chiquitania y el Pantanal.

–       2019 fue un año fundamental. Mucha gente no contemplaba el hecho de ser bombero algún día. Pero ver que tus bosques se estaban quemando y que lo que planteaba el Gobierno no era lo mejor, nos hizo reaccionar para ser parte de la solución, dice Anahí Paravicini.

Paravicini es una de las cinco mujeres que forman parte de Bomberos Voluntarios Forestales Quebracho. Desde La Paz, su ciudad natal, esperaba que el presidente Evo Morales declare desastre nacional (en 2019), con lo cual se hubiera facilitado el ingreso de bomberos internacionales y el equipamiento necesario por Aduana. Como aquello no ocurrió y las llamas continuaban arrasando con lo que encontraban a su paso, primero decidió apoyar una campaña por redes sociales para que el mundo conozca lo que pasaba en Bolivia. Luego viajó a Santa Cruz, sin certezas sobre la zona a la que llegaría.

Como ella, miles de personas de todo el país -incluso bomberos de otras regiones- arribaron a Roboré, entre agosto y septiembre de aquel año. Querían colaborar en lo que fuera posible. El gran problema era que no todos tenían experiencia, menos indumentaria para sumarse a esa lucha desigual entre el ser humano y el fuego.

“En Bolivia, muchos (bomberos) se quedaron con un curso de 1998 que trajo la ONU justo después de un incendio grande que hubo en Guarayos. Era un curso básico de bomberos forestales diseñado en Miami. Quizá para 1998-2000 servía, pero de ahí en adelante no hubo evolución en la formación”, reflexiona Álvaro Castillo, comandante de las Unidades Urbanas de Bomberos y Rescate (UUBR), un grupo de voluntarios que nació en Santa Cruz, en 2007.

Tal vez esta fue una de las razones por las que los recursos técnicos para actuar eran limitados. Los UUBR eran de los pocos que se habían formado en el exterior para atender estas emergencias. Eso les permitió, por ejemplo, realizar abastecimiento vehicular en línea a los helicópteros que apoyaban con agua, para evitar que la nave gaste muchas horas en vuelo y hacerla más eficiente.

Fueron cuatro meses de desesperación, cansancio y desolación. No solo se había quemado gran parte de la Chiquitania, Chaco, Pantanal y Amazonia, sino que las comunidades indígenas perdieron sus cultivos para alimentarse y los recursos maderables, como cusi y copaibo, de los cuales extraían aceites para comercializar.

 “Después que se apaga el fuego, el problema sigue en las comunidades”, dice Anahí, quien recorrió la zona con ayuda que le dieron empresas privadas como el banco BCP o el Cine Monje Campero, de La Paz. Lo que allí vio: falta de acceso a la salud, desesperación por la falta de agua, una niña que casi pierde un pie porque no había cómo trasladarla a Roboré tras una caída; la llevó a sumarse oficialmente a Quebracho, en 2020.

Este grupo surgió a raíz de los incendios de 2019, de la mano de Diego Suárez, su actual comandante. La idea era crear una unidad especializada en incendios forestales. Con ese norte, los integrantes empezaron a capacitarse, equiparse y ser “mendigos de causas nobles”.

–       En mi unidad hay de todo, médicos, veterinarios, comunicadores. Los fines de semana salimos con nuestras latitas para recaudar fondos y en las temporadas de incendios, pedimos permiso o vacaciones, por una semana o diez días para rotar y  estar en las zonas de emergencia-, dice Diego.

Esa decisión, de convertirse en un grupo de élite los llevó a soñar con el primer carro bomba forestal para el país. Tras tocar puertas de la empresa privada, realizar kermeses, venta de comida y salir a las calles para recaudar fondos, reunieron los $us 100 mil para la compra. Ahora trabajan para poder equiparlo.

El “músculo” de la sociedad civil

En una reunión a la que convocó la Gobernación de Santa Cruz este año, antes de la época de incendios, se registró 30 grupos de bomberos voluntarios de diferentes puntos del país, legalmente establecidos.

Daniela Justiniano, de Alas Chiquitanas, un grupo ciudadano voluntario sin fines de lucro que también surgió tras los incendios de 2019 y apoya a estas brigadas; asegura que son muchos más. Sin embargo, no existe un registro oficial del número.

En Chuquisaca hay dos: la compañía de Bomberos La Plata y Monteagudo. En 2020 y este año, a ellos les tocó responder en primera instancia los incendios en el área protegida El Palmar e Iñao. También hay grupos de Tarija, La Paz, siendo los cruceños los más numerosos: al menos 15, sin contar a los grupos de bomberos comunitarios.

En Beni, el departamento que más incendios registra desde hace varios años, no se tiene reporte. Carola Vaca, secretaria departamental de Medio Ambiente, explica que el Centro de Operaciones de Emergencia Departamental (COED) se encarga de la contingencia ante estos desastres y cuenta con bomberos instructores que van a las comunidades. “En la Secretaría no tenemos bomberos forestales porque no tenemos presupuesto, aunque sí hay técnicos que hacen seguimiento a alerta temprana y a los focos de calor”, afirma.

Esta gestión, el departamento amazónico fue el segundo más afectado por los incendios, según el reciente informe de la FAN.

Yovenka Rosado, jefa de la Unidad de Bomberos Forestales de la Gobernación de Santa Cruz, asegura que este año se encargaron del transporte, alimentación y hospedaje de los grupos voluntarios que movilizaron a las zonas de incendios. Entre enero y octubre se quemaron alrededor de 3,4 millones de hectáreas en el país, el 46 por ciento se concentró en áreas protegidas nacionales y subnacionales. Además, 2,4 millones de hectáreas se quemaron en el departamento de Santa Cruz, que sufrió una afectación del 60 por ciento de áreas protegidas. Según sus datos, el ente departamental destinó Bs. 5 millones para manejo de fuego, un presupuesto que superó a las anteriores gestiones.

Bomberos del grupo Quebracho en plena lucha contra el fuego en Roboré, durante los incendios del 2021. Foto: Cortesía Bomberos Forestales Quebracho

Los Quebracho, sin embargo, explican que ellos buscan autonomía de movimiento. Por eso el año pasado y este la importadora Imcruz les prestó camionetas para que puedan acudir a los lugares donde los requerían. En La Paz, Anahí Paravicini intentó gestionar la dotación de una camioneta de la Dirección General de Registro, Control y Administración de Bienes Incautados (Dircabi). La respuesta fue que les darían una pero que ellos debían repararla. La última vez que llamó a los responsables, pese a que había una promesa de por medio, no le contestaron el teléfono.

Quienes sí tuvieron más suerte con el trámite fueron los Bomberos de Rescate Urbano de Santa Cruz, a quienes se les dio un vehículo incautado. Lo que no tuvieron este año fue la renovación de sus herramientas, dice Hugo Vargas.

En el caso de los GEOS de Cochabamba, un grupo que nació hace siete años de la mano de un grupo de voluntarios, actualmente tiene tres compañías: dos en la Llajta y una en La Paz. Ellos, como el resto de sus compañeros, reciben muy poca ayuda de entidades estatales. De hecho, para sostenerse, los GEOS aportan Bs. 20 cada mes, para cubrir luz, agua y teléfono. “Yo dono casi el 70 por ciento de mi sueldo para pagar combustible y mantenimiento de vehículos·, explica Carlos Azcárraga, el coordinador nacional.

Incendio forestal en el parque Tunari, en Cochabamba. Foto: Bomberos Voluntarios – GEOS Bolivia

Hasta antes de los incendios de 2019 y otros sucesos, como una riada que arrastró a todo un barrio en Tiquipaya (Cochabamba), la sociedad civil empezó a darse cuenta de cuán necesarios son sus bomberos voluntarios.

El Estado tiene su propia unidad de bomberos de la Policía Nacional, pero los hechos han demostrado que los efectivos son insuficientes y requieren mayor capacitación para atender emergencias forestales.

Por eso es que los grupos de bomberos comunales que se empezaron a formar con apoyo de oenegés, especialmente, son muy respetados.

En todos los casos, los integrantes viajan por sus propios medios de un departamento a otro, usan sus propias herramientas, consiguen sus propios equipos de seguridad y recaudan fondos con actividades. También deben pedir vacaciones para ausentarse de sus trabajos o de sus clases en la universidad en la época de incendios.

“Nosotros mandamos cartas a las empresas y les dan días de vacación, pero este año, cuando fuimos a San Matías (Santa Cruz), que no tiene señal de teléfono, nos quedamos ocho días. Uno de mis bomberos volvió y se quedó sin empleo”, cuenta Azcárraga, de GEOS.

Lo irónico de todo esto es que una Ley limita el accionar de los voluntarios y no permite a las entidades subregionales crear sus propias unidades de bomberos. Ante ello, alcaldías, gobernaciones “disfrazan” esa figura con las Unidades de Gestión de Riesgo, pero no pueden llamarlos bomberos ni formarlos, porque la ley no les permite. De hecho, en algún momento la Policía planteó que los grupos de bomberos voluntarios deberían desaparecer, “porque usurpan funciones”.

Alejados de toda esa polémica, ellos lo único que piden es que si no van a ayudarlos, tampoco los perjudiquen.

–       Mi compromiso es de vida. Nos apoyen o no (entidades estatales), el trabajo es el mismo. Tocamos mil puertas y nos abren una, no faltan los ángeles que nos ayudan a que estemos mejor. Lo único que pedimos es que no nos pongan trabas. Deberían ayudarnos más, pero si no lo hacen, por lo menos que no interfieran-, dice Diego Suárez.

Guerreros de fuego

El trabajo de los bomberos voluntarios en Bolivia tiene dos caras. Por un lado, el hecho de que la extinción de incendios sea mayoritariamente de forma voluntaria, hace que la gente lo entregue todo a la hora de apagar un incendio. La otra cara de la moneda es que, al no tener una dedicación exclusiva, el reto es lograr la profesionalización.

Así lo ve Édgar Juan Perelló, comandante y coordinador de la Unidad de Respuestas de Incendios Forestales de España (URIF). En ese contexto, es necesario que los equipos de extinción tengan un nivel de capacitación elevado para que trabajen con seguridad. A finales de octubre, gracias al apoyo del hotel Radisson en Santa Cruz, él y su equipo impartieron cursos a 160 personas.

Agosto de 2020. Un grupo de bomberos voluntarios de Bolivia durante un curso para obtener la certificación internacional en Bahía Negra – Brasil. Foto: Bomberos Forestales Quebracho

“Nuestro trabajo va a ser, en un futuro, capacitar a estas personas en cuanto a intervención en incendios forestales, en formatos de seguridad y en diferentes ambientes. También en uso de fuego técnico, tanto a los medios que luchan contra los incendios como a las personas que se ven obligadas, a lo largo del año, a quemar en el campo”, dice.

La razón es que si un incendio se atiende en las dos primeras horas es más fácil de extinguir. El problema surge cuando lleva días sin que un profesional acuda a controlarlo.

“Nosotros (en España) tenemos un servicio profesional (de bomberos forestales), como ocurre con enfermeras o maestros de escuela. La educación es una necesidad a tiempo completo, igual que la sanidad y hace cuatro o cinco años también lo son los incendios forestales. Los gobiernos tienen que darse cuenta de eso, que se trata de una necesidad a tiempo completo”, insiste.

Édgar Juan Perelló llegó por segunda vez al país acompañado de un equipo de cuatro bomberos profesionales, entre ellos Andrea Carpio Carrillo, quien desde niña vio a su abuelo trabajar como guarda rural y heredó el amor por la naturaleza.

Para describir el impacto que sintió al ingresar a San Matías y ayudar unos días en las labores de extinción, dice que en España para sudar tienes que salir a correr; acá tienes solamente que levantar un brazo.

Agobiada por las altas temperaturas, le tocó aclimatarse un día antes de entrar a primera línea. Allí conoció de cerca cómo trabajan los bomberos voluntarios bolivianos.

Para ella como para muchas mujeres voluntarias, el tema de tener la regla menstrual en medio de una campaña, o hacer las necesidades biológicas en medio del bosque no son cosas que puedan obstaculizar su trabajo.

Aparte -coincide Mirna Echave, comandante de Bomberos Unidos Sin Fronteras de La Paz- cuando una sabe que algo puede perjudicar al equipo, es mejor no ir ese día o formar parte de logística de alimentación a tu grupo. “Es lo mismo cuando un compañero varón se lesiona, pero tiene ganas de acudir. Si va a ser un problema, es mejor decir: hoy no puedo y someterse a tareas más livianas. Es parte de nuestra responsabilidad”.

“Peso a peso”

Septiembre de 2021, Feria Exposición de Santa Cruz. En el stand de la Gobernación de Santa Cruz, un grupo de bomberos uniformados se tomaba fotos con niños y alcanzaban una latita para que quienes pasan puedan echar unas monedas.

Aquel sábado previo al cierre, miles de personas se dieron cita a la muestra ferial en la que se exhibió todo el potencial económico cruceño.

Juanito Cuéllar fue desde Santiago y estuvo allí por cuatro días. Durante varias horas estuvo parado para recolectar fondos. Y nos cuenta que logró reunir Bs 3.080. Este año, además, la Secretaría de Medio Ambiente les dotó de seis mochilas forestales, guantes, palas, “pero nos falta botas y somos alrededor de 40”, dice apenado. El dinero sirvió para comprar gasolina, medicamentos, pilas para linternas.

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Septiembre de 2021. Los voluntarios en la emergencia de Chochís, Roboré Foto: Bomberos Forestales Quebracho

–       Ser voluntario, le digo siempre a mis bomberos, no es estar sin oficio, es sacar tiempo para ayudar a otras personas, para salvar la flora y fauna. La adrenalina en campo es grande, es un compromiso de no salir hasta no apagar el fuego. Sabemos las consecuencias y eso no sé si lo sabe la sociedad, pero a la larga nos va a costar la vida, porque pese a la protección que tenemos, respiramos ese humo.

Mientras Juanito, Diego, Anahí o Elmar salen, sus familias se quedan en casa, angustiadas por lo que pueda llegar a pasarles. Quizá por eso, Selva Lucía, la esposa de Juanito, también se hizo voluntaria, así como su hijo Pablo Emmanuel y su hija Jessica. Ella, maestra de profesión, entró por primera vez este año a primera línea. “Yo doy clases a los niños, les hablo de conservación, pero ¿cómo voy a enseñarles si no ven que hago lo que predico?”.

Foto de portada: los Bomberos Voluntarios Rescate Urbano estuvieron en los incendios forestales de 2019, 2020 y 2021. Créditos: Fundación Rescate Urbano

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