La exportación de algas desde Chile y Perú hasta China se duplicó después de la postpandemia. Esto llevó a que miles de personas hayan formado pueblos costeros atraídos por la nueva “fiebre marrón”. Pero el aumento de la demanda China por este recurso utilizado en la industria cosmética y alimenticia, también está arrasando los bosques de algas, lo que impacta a todo el ecosistema. Estos bosques son las “guarderías” de peces, moluscos y crustáceos, además de uno de los principales sumideros de carbono del mundo.

Este proyecto de Historias Sin Fronteras fue desarrollado con el apoyo del Departamento de Educación Científica del Instituto Médico Howard Hughes e InquireFirst.

CHILE

Escribe: Cristian Ascencio Ojeda

Fotografía: Magaly Visedo Soriano y Cristian Ascencio Ojeda

La deforestación submarina que moviliza a pescadores y científicos

La fiebre por huiro trajo consigo un mercado negro en que recolectores furtivos ingresan hasta los bosques submarinos para cortar el alga y venderla de manera clandestina.  Esta sobreexplotación de los bosques genera daños a todo el ecosistema, debido a que son las “salacunas del mar”. Pescadores y científicos buscan formas de extraer sustentablemente el recurso y a la vez resistir futuros peligros, como el cambio climático. Súper algas cultivadas en laboratorio podrían ser parte de la solución.  

“La isla no te deja solo”, dice Marcos Callejas, sentado en un fardo de huiro, con un parlante portátil sobre sus piernas en el que suena un trap chicharreante. Aunque el precio del alga bajó dos tercios en un par de meses, de un dólar y medio a sólo medio dólar el kilo, Marcos no se queja. Incluso siente cierto alivio de que no haya tanto recolector furtivo en la isla, como cuando el precio estaba en el peak. “En diciembre estaba lleno de botes a motor. De la orilla veíamos como se metían mar adentro a cortar los huiros, pero no podíamos hacer nada”, relata.

“La isla está bendecida”, agrega. Marcos tiende a lanzar ese tipo de frases cortas y profundas que parecen no encajar con el trap que escucha. Hoy es un día que ejemplifica lo que dice. Hay viento fuerte y marejadas. Lo que para el resto de los pescadores es mal tiempo, para los recolectores de algas es bendición. Con las marejadas se sueltan los huiros más grandes de los bosques submarinos  y llegan flotando hasta la costa. Hoy hay tanto huiro en la orilla, que faltan manos. De hecho, el grupo formado por Marcos y seis personas más, sabe que no logrará recogerlo todo y que en la tarde el mar se llevará de vuelta el huiro. El mar da y el mar quita.

 Infografía: Localización de la costa de Atacama. Elaborado por: Historias Sin Fronteras

La labor de los recolectores de la Isla Santa María, en la costa del Desierto de Atacama, comienza a las 7 de la mañana. Cruzan en kayaks hasta la isla y luego caminan cerca de media hora hasta los varaderos de huiro: pequeñas bahías en que encalla la preciada alga que es la razón por la que llegaron a vivir a ese punto del mapa donde no había nada más que piedra, viento salino y lagartijas.

Una carreta se acerca a una lancha en el río Maullín, sur de Chile, para transportar el alga “pelillo”.

Foto: Magaly Visedo Soriano

La labor de los recolectores de la Isla Santa María, en la costa del Desierto de Atacama, comienza a las 7 de la mañana. Cruzan en kayaks hasta la isla y luego caminan cerca de media hora hasta los varaderos de huiro: pequeñas bahías en que encalla la preciada alga que es la razón por la que llegaron a vivir a ese punto del mapa donde no había nada más que piedra, viento salino y lagartijas.

La mayoría llegó hace más de 10 años y se quedó enganchado. El lugar donde habitan queda justo frente a la Isla Santa María y ya es un villorrio de unas 40 casas de madera. Ahí abundan los perros, nadie se pone bloqueador solar y casi todos, incluso los niños, son expertos nadadores y remeros. Los perros no los trajeron ellos, por lo menos la mayoría. Los van a botar sus dueños desde una ciudad cercana, Antofagasta. “Al final los terminamos adoptando, no los podemos dejar morir”, dice Carmen Castillo, recolectora y pareja de Marcos.

El villorrio donde viven Carmen y Marcos se llama Caleta Errázuriz y ahí la mayoría de los recolectores de algas son mujeres. Por eso casi siempre la presidencia de la agrupación ha estado al mando de una mujer y eso llevó a que el poblado sea conocido como “la caleta de las matriarcas”. 

La primera en llegar fue Leandra Maluenda, que se instaló con una carpa. Hoy la hija de Leandra, Samira, es la presidenta de la agrupación de recolectores. 

Samira tiene la piel bronceada y se mueve con agilidad por la playa a pesar de su avanzado embarazo. Aunque no está trabajando en el huiro, sí está asistiendo a reuniones con autoridades. Dice que le gustaría que el Estado les entregara un área de manejo para que pudieran trabajar más tranquilos, que las autoridades y algunos académicos a veces las tratan como depredadoras porque se dedican al huiro, y que ellas más que nadie están interesadas en conservar el recurso: “Cuando barretean, demora en crecer y nos quedamos sin huiro por mucho tiempo… cómo vamos a querer que se acabe si de esto vivimos”.

Las sombras de la explotación

La explotación de algas en el norte chileno está llena de sombras. En las áreas abiertas y de libre acceso (es decir, que no están a cargo de alguna organización de pescadores), solo se permite la recolección del alga que llega flotando hasta la orilla. Pero cuando hay altos precios en el mercado, es común que furtivos ingresen hasta los mismos bosques para “barretear”. Esta técnica consiste en cortar el alga desde su disco, que es la parte del huiro que se pega a la roca. Eso fue lo que vieron los habitantes de Caleta Errázuriz durante diciembre de 2022, cuando el precio del kilo llegó a su máximo histórico -casi dos dólares- debido a la alta demanda principalmente desde China. Botes extraños llegaron hasta los bosques a barretear, mientras que en la costa los esperaban camionetas todo terreno. “Llamamos a los marinos para que vengan a fiscalizarlos, pero no llegaron”, dice Samira.

Infografía: Extracción por “barreteo”. Elaborado por Historias sin Fronteras

En promedio Chile, que se encuentra entre los 10 países mayores que más exporta alga, recolecta unas 300 mil toneladas de huiro al año. El 90% de esta se exporta -China es el principal comprador- como alga seca y picada, mientras que el 10% se usa en Chile para producir alginato en una industria local. 

Según datos del Servicio Nacional de Pesca de Chile (Sernapesca), mientras en 2018 el precio máximo del huiro llegó a los 400 pesos chilenos el kilo, equivalentes a medio dólar, en 2022 el precio máximo fue de $1.500, casi dos dólares.

Los decomisos de huiro extraído ilegalmente también han crecido estos años. Mientras en 2020 se incautaron 467 toneladas, en 2022, el año del precio récord, se decomisaron 531 toneladas.

El alga huiro mide unos cuatro metros de largo. Los recolectores lo sacan desde la orilla del mar y lo extienden en la playa para su secado, antes de que la marea lleve de vuelta el huiro mar adentro.

Fotografía: Magaly Visedo Soriano

En Chile en teoría, no cualquier persona puede recolectar huiro. Hay un número determinado de licencias (6.300) entregadas por el Sernapesca. Y estas personas tienen una cuota mensual de recolección que depende de la zona (alrededor de cuatro toneladas). Por eso, una de las formas en que se blanquea huiro, es pagándole a un recolector que no haya alcanzado su cuota o a través de licencias de recolección en desuso, dado a que el registro se encuentra desactualizado. 

También hay otras formas de blanqueo, por ejemplo, las empresas reciben declaraciones por huiro húmedo. Una vez seco, quedan con un margen para “rellenar” con huiro ilegal.

Sernapesca sostiene que se han aumentado las causas judiciales (de 62 en 2020 a 146 en 2022) contra empresas sospechosas de tráfico de huiro y además se creó un programa especial de fiscalización de algas pardas en el norte de Chile, pero desde el mismo Servicio funcionarios explican que son pocos para la larga costa que tienen que fiscalizar. Entre Arica y Coquimbo, la zona del norte chileno desde donde se extrae huiro, hay 1.500 kilómetros, la misma distancia que existe entre Barcelona y Berlín o Ciudad de Panamá y Tegucigalpa.

Entre las empresas multadas hay algunas que se repiten, como Algas Limarí, con 15 citaciones; Exportaciones M2, con 6, y Comercial y Exportaciones M2, también con 6. 

Paradójicamente, el representante legal de Exportaciones M2, Jorge Moreno Bustos, es parte del comité de manejo de algas pardas de Coquimbo, que asesora a la autoridad respecto a la explotación de este recurso.

Otro nombre que aparece entre las empresas multadas es el de Alimex S.A., del holding Multiexport, la misma empresa que lideró la explotación de algas en Perú, pero que quebró en ese país.

La extracción ilegal no es la única sombra en el negocio. En la cadena de producción hay pocos compradores y por lo mismo, escasa competitividad en los precios. 

El recolector para llevarse la parte mínima de la tajada, debe trabajar bajo el sol del desierto, con alta radiación, en zonas aisladas, sin agua dulce, la mayor parte del tiempo mojados y resistir la corriente de las olas, que es la misma que arrastra el huiro hacia la orilla. Un extractivismo cubierto de precariedad, que abastece importantes mercados globales y que ejercen su presión sobre el recurso a distancia.

La demanda por el alginato

Los huiros son largos látigos de entre dos y cuatro metros, unidos por un disco que los recolectores llaman “cabeza”. Solo la cabeza mojada puede pesar unos 10 kilos. “Esas cabezas son un regalo del mar, pero también son bien pesadas”, dice Karen Valeriano, quien fue la última mujer en unirse al grupo de recolectores de Caleta Errázuriz.

Karen Valeriano, boliviana originaria de Santa Cruz, es una de las recolectoras de caleta Errázuriz. “Soy una boliviana con mar”, bromea. Foto: Magaly Visedo Soriano

Karen es boliviana, “una boliviana con mar” como le gusta decir. Llegó a trabajar a Antofagasta hace cinco años junto a su pareja, pero ahora está separada. Tiene dos hijas.

Antes de llegar a Chile, no conocía el mar. Y antes de llegar a trabajar a Caleta Errázuriz, no sabía remar ni nadar. Ahora conoce el mar y sabe remar, pero aun no nadar. Todas las mañanas cruza en un kayak hasta la isla y sus compañeros la observan para ayudarla si es que le pasa algún percance, como que el viento empiece a arrastrar su bote mar adentro. “Este es un gimnasio gratis, sin coach, pero se ejercita todo: espalda, brazos, glúteos”, dice.

El huiro que recolecta toda la mañana, lo extiende en la playa. Si no lo extendiera, se pudriría y se perdería. En unos tres días ya está seco como para amarrarlo y formar fardos. Después arrastran esos fardos hasta el lado de la isla donde pueden entrar los botes. Quienes trasladan esos fardos en botes desde la isla hasta la caleta, cobran un precio por ello. Después el huiro es vendido a transportistas que lo llevan hasta picadoras. Y de las picadoras es vendida a las exportadoras. Las exportadoras son pocas y se llevan la mayor parte del dinero.

Las empresas en China convierten el huiro en alginato, un producto espesante que es ocupado en la industria alimenticia, en medicamentos, en cosméticos e incluso en la minería. 

Una carreta se acerca a una lancha en el río Maullín, sur de Chile, para transportar el alga “pelillo”.

Fotografía: Cristian Ascencio Ojeda

“Consumimos alginato desde que nos levantamos y nos colocamos shampoo en la ducha, hasta que nos tomamos una cerveza por la noche”, dice Julio Vásquez, biólogo marino e investigador de la Universidad Católica del Norte, quien ha sido llamado “el evangelizador del huiro”. 

Vásquez agrega que pocos están conscientes de lo importante que son las algas en la vida diaria o de todo el esfuerzo que hay detrás de la textura de un bálsamo para el pelo, pero si los bosques de algas son depredados, esto terminará afectando no solo a las mismas algas, sino a otras especies marinas. “Los bosques de algas son refugio, alimento, áreas de protección y de desove de un montón de moluscos, peces y crustáceos; son como edificios para los humanos, que si los destruyes, dejas a todos los moradores sin casa”, explica. 

Sobre qué debería hacerse para proteger los bosques marinos, Vásquez explica que en su experiencia, el manejo sustentable funciona mejor en las áreas de manejo. Es decir zonas entregadas en concesión a asociaciones de pescadores donde estos mismos se ocupan de cuidar sus recursos, evitando la sobreexplotación. En Chile ya existen estas áreas y justamente en ellas es donde hay menos sobreexplotación. “Así se puede extraer de forma ordenada. Por ejemplo, nosotros recomendamos a los pescadores que se extraiga una planta de huiro de cada tres, para dejar un espacio para los nuevos ejemplares y así el bosque se vaya renovando”, explica.

Vásquez  cree que como país, Chile debe poner más atención a los niveles de extracción actual y establecer cuánto huiro quiere exportar, sobre todo porque hay fenómenos como El Niño que de coincidir con los actuales niveles de extracción, “pueden dejarnos sin huiro por mucho tiempo”. A estos se suma el gran desafío del cambio climático.

Reforestar el mar

Una de las propuestas surgidas desde la ciencia, es el repoblamiento con algas pardas para ayudar a la recuperación de los bosques marinos depredados. La iniciativa trabaja con una solución basada en la naturaleza, pues usa algas que de manera natural se combinaron con otras variantes de la misma especie (quimeras). Esta asociatividad, las hace más resistentes al cambio climático, al oleaje e incluso serían capaces de generar más biomasa. Algo así como unas súper algas. 

La doctora Alejandra González, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Chile, lidera este proyecto que luego de años de estudio y domesticación del cultivo de algas “quimera”, junto a su equipo y cuatro sindicatos de pescadores artesanales, comenzaron el 2022 a plantar estas algas en las áreas de manejo que pertenecen a los sindicatos, en un proceso colaborativo. Pero para eso primero debieron ganarse la confianza de los pescadores: “Fue un trabajo largo porque a veces la academia se mete en las comunidades sin hacerla parte, pero en este proyecto ellos son parte de él y nos han ayudado mucho con su conocimiento en terreno para saber dónde es mejor plantar”.

Y plantar no es fácil. El huiro crece en zonas de alto oleaje y justamente eso es lo que les da la característica que las hace tan apetecidas. “Al crecer en estas corrientes, estas algas producen más alginato, porque el alginato es lo que permite esa elasticidad que le da la resistencia a las olas”, explica la doctora González.

Raúl Julio es presidente de una asociación de pescadores en Totoralillo Norte, una caleta ubicada en la Región de Coquimbo, norte de Chile. Durante los últimos años vieron con preocupación como donde desaparecían los huiros, también desaparecían otras especies, como los mariscos. Además, las marejadas se hacían más intensas. 

Infografía: Algas Quimera. Elaborado por Historia sin Fronteras

Cuando llegó el grupo de la doctora González a su caleta, reconoce que no estaban muy convencidos de recibirlos. “Ellos se fueron presentando, reuniendo con nosotros, plantearon que querían sumar el conocimiento científico con el conocimiento local, y ahí empezamos a participar de sus talleres”, recuerda Julio.

Algas quimeras y Ciclo de reproducción del alga

Las algas quiméricas presentan una mayor tasa de supervivencia, crecimiento y tolerancia ante el aumento en la temperatura y la salinidad, lo que las hace una opción para repoblar áreas altamente impactadas por sobreexplotación e incluso, son una alternativa ante el calentamiento global.

La fusión puede ocurrir entre células de cigotos, discos, o entre células de discos y cigotos.

Después de cuatro meses de plantados los primeros huiros, que se sujetaron a las rocas con velcros para que resistan los intensos oleajes, Julio explica que al menos un 50% de ellos ha sobrevivido. “Queremos seguir trabajando con los científicos, porque nos gustaría que en un futuro podamos hacer agricultura con las algas. Es que como pescadores tenemos que hacernos cargo también de cultivar y de cosechar, para no ser solo depredadores”.

PERÚ

Los indefensos bosques subacuáticos de Perú

La demanda china por las algas marinas ha propiciado una sobreexplotación de este recurso en Perú y nada o nadie parece poder hacer frente a la depredación.

Escribe: Roberth Orihuela Quequezana

Fotos: Rodrigo Talavera Velarde e Iván Salcedo Llerena

Una camioneta 4×4 aparece de pronto en la carretera de trocha bajo el abrasador sol del verano y se acerca peligrosamente a un acantilado. A apenas dos metros del abismo gira e ingresa por un desvío que le permite bajar hacia una de las tantas caletas y playas ocultas entre las rocas y riscos que existen en el litoral de la región Arequipa, al sur del Perú. Allí dos hombres cargan varios montones de algas secas y los suben al vehículo, que puede cargar hasta 2,5 toneladas. Tras unos minutos salen conduciendo por la misma trocha. Serpentean por el agreste terreno, sin perderse, en la maraña de huellas que dejaron otras camionetas y motos de algueros que transitan por el lugar para sacar algas de sitios que a vista de cualquiera podrían parecer imposibles. La 4×4 se pierde con dirección a la carretera Panamericana Sur — la arteria de asfalto que une el Perú de norte a sur —. Su destino es una de las tantas plantas molineras que existen en la región. Estas empresas luego la exportan a manera de harina hacia el gigante asiático, China.

Y es que el negocio de las algas marinas no para en el Perú desde los primeros años del milenio, posicionándolo como el segundo exportador de este producto acuático en Latinoamérica, sólo detrás de Chile. En 2003 las exportaciones fueron de poco más de 3 mil toneladas y para el 2022 aumentaron a más de 50 mil, casi todas obtenidas de las regiones del sur peruano. ¿A qué se debe este crecimiento?

Sucede que las especies de algas pardas (sargazo, huiro y aracanto) son ricas en alginato, una suerte de espesante o gel natural que las industrias chinas utilizan en diversos productos, desde cosméticos y fármacos hasta conservantes alimenticios, textiles y fertilizantes. Y la naturaleza ha bendecido al sur peruano y el norte chileno con todas las condiciones para que en sus aguas proliferen inmensos bosques marinos.

Los algueros ilegales se las ingenian para ingresar a zonas de difícil acceso. FOTO: IVÁN SALCEDO

Antes del 2000, en el Perú las algas no generaban interés entre los pescadores artesanales del litoral. Pero poco a poco se han convertido en una fuente importante y hasta primordial de ingresos para muchos de ellos. Quienes ahora se han especializado en su extracción utilizando técnicas ilegales como el barreteo, ganzúas o buceando en el fondo marino. Esto a pesar de que la ley peruana solo permite la recolección de lo que el mar vara en las playas.  De esta forma están afectando el delicado balance del ecosistema del que dependen mariscos, moluscos y peces.

De acuerdo con los pescadores que se oponen a los algueros, la actividad ha reducido la producción marina que sirve como materia prima para la gastronomía local: barquillos, lapas, choros, pulpos y ciertas especies de peces ya no pueden encontrarse o son escasos en mercados y restaurantes. Y eso sin contar que la desaparición de las praderas de algas también puede afectar la producción de oxígeno y la eliminación del dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera de la Tierra, porque producen entre el 50% y 85% del oxígeno que se libera al planeta.

Los algueros trabajan todos los días en las caletas y riscos del litoral del sur peruano. FOTO: RODRIGO TALAVERA

El boom de las algas

Sixto Rojas es un dirigente de los pescadores artesanales de la provincia de Caravelí, al norte de Arequipa. Mientras camina por las playas del distrito de Chala, este hombre bajito y de piel tostada por el sol y la salinidad del mar explica que antes los pescadores recogían las algas que el mar varaba para venderlas a acopiadores que se las llevaban hacia Chile. Allá eran procesadas para enviarlas hacia la China. “La producción era mínima porque no valía mucho y porque aquí se vivía de la pesca”, añade. 

Pero desde el 2008 el incremento del precio de las algas provocó un boom; pues las algas exportadas pasaron de un promedio de US $ 393, entre el 2001 y 2007, a US $ 650  la tonelada. Los empresarios de Chile y los acopiadores peruanos pedían más algas a los pescadores artesanales y les ofrecían más dinero. De pronto, algunos negociantes chilenos y otros chinos instalaron plantas de procesamiento en el puerto de Matarani, en la provincia arequipeña de Islay, y luego en el distrito de Atico, en Caravelí, con el fin de reducir costos de transporte y exportar más fácilmente. “Y esas algas que enviamos regresan en forma de productos procesados que cuestan miles de veces más. Sacan cosméticos, fármacos y hasta fertilizantes”, añade Sixto Rojas.

El crecimiento del negocio provocó una proliferación de empresas que se dedican exclusivamente a acopiar y picar las algas. Pasamos de tener dos grandes exportadores en 2002 a más de diez en 2005. Y hasta el momento ya hay más de 176 empresas registradas, de las cuales las más grandes se siguen contando con los dedos. Estas compañías, señalan los pescadores y también las sanciones e investigaciones de las autoridades locales, son las principales promotoras de la extracción de algas.

Usos de las algas

• Pueden consumirse como aditamento de salsas, sopas, confituras, guisados con carnes e incluso en dulces.

• Como alimento de especies acuáticas, aves o ganado.

• Se emplean en la producción de farmacéuticos en el tratamiento contra el cáncer, nutrición y terapias naturistas.

• Los extractos de algas se utilizan para disminuir el colesterol y la presión sanguínea.

• Son empleadas en la elaboración de cosméticos y maquillajes.

• Cremas hidratantes.

• Para el tratamiento de arrugas, protección solar, tratamiento para el cabello.

• Como fertilizantes agrícolas.

• En la industria textil las algas se utilizan para imprimir el color en las telas.

Infografía elaborada por: Historias sin Fronteras

Una de las empresas que promovieron el boom de las algas en el país fue Algas Multiexport del Perú SAC. De capitales chilenos y creada en 1997, exportó más de 32 mil toneladas hasta el 2016. Tras varios problemas financieros, los dueños y ejecutivos de la empresa cambiaron de nombre a Sudamericana  Empaque de Algas SAC y en octubre del 2020 el Poder Judicial peruano declaró a la empresa en quiebra e inició el proceso de liquidación. Hoy deben en impuestos 9 millones 291 mil soles (US $ 2,5 millones) al gobierno peruano. La compañía señala un local en un edificio de la ciudad arequipeña, pero allí nadie da razón de ellos y no hay forma de contactarlos.

Otra de las antiguas empresas que exportaban grandes cantidades era Crosland Tecnica SA. Se trata de un conglomerado empresarial que tiene intereses en los sectores automotriz, inmobiliario, gastronómico, ferroviario y otros bienes de consumo, como las algas. Esta sociedad incursionó en la exportación de algas desde los años 90 hasta el 2016. Ese año el Ministerio de la Producción (Produce) la sancionó por operar una planta de picado de algas sin contar con el equipamiento e instrumentos que exige la norma. Los empresarios aceptaron la culpa y buscaron acogerse a una terminación anticipada para pagar solo el equivalente a US $ 4 mil. Sin embargo, el ministerio rechazó el intento y la multó con S/ 59.250 o US $ 18 mil, además de la suspensión de su licencia de operación.

De la planta de la empresa Algas Sudamérica SAC salen decenas de toneladas sacos de algas picadas hacia China todos los años. FOTO: IVÁN SALCEDO

Luego de esto, Crosland Tecnica SA trasladó sus intereses en el negocio de las algas a su subsidiaria Algaex SA. Así lo indican en su sección de trayectoria empresarial, en su portal web. Desde entonces y hasta ahora esta compañía ha exportado otras 31 mil toneladas de algas marinas con sus tres plantas de procesamiento ubicadas en la región Ica. Aunque ninguna de ellas aparece en el registro de plantas pesqueras del Produce.

Una cadena de ilegalidades

El total de las exportaciones de algas marinas en el 2022, según el registro de la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria y Aduanas (Sunat), fue de 50.635 toneladas. Esto es 14% más que lo exportado en 2021 y 40% más que lo exportado en 2020. Y sin ir muy lejos, es casi el doble de lo que se exportó en 2017. 

Este rápido crecimiento en las exportaciones se debe a dos factores, explica el dirigente Sixto Rojas. El primero es la disposición de los algueros por depredar todas las algas que puedan mientras el precio lo justifique. Y el segundo, son las empresas que procesan y exportan las algas sin importarles la procedencia legal o ilegal de estas.

Luci Córdova es una pobladora del distrito de Chala. No es pescadora ni alguera reconocida por las asociaciones locales, pero recolecta las algas que el mar vara en las playas que quedan cerca de su casa. Esta mujer de cincuenta años es padre y madre para sus hijos y no tiene un empleo fijo. Vio en la recolección de algas un medio para ganar unos soles y cada vez que puede acude a la playa para recolectar junto a sus hijos.

“Como no estamos registrados, los algueros nos quitan las algas que obtenemos y nos botan. Al final solo recogemos los desperdicios, lo que a ellos no les importa. Hemos pedido que nos dejen entrar en la asociación, pero piden mucho dinero y nos rechazan. Ya se han adueñado de las playas y también sabemos que van a las caletas, donde es difícil acceder y depredan. Nosotros no, nosotros solo recolectamos”, cuenta Luci, mientras muestra los montones de algas que ha juntado por más de dos meses y por los que buscará obtener a lo mucho el equivalente a US $ 400 dólares. 

Luci y su familia venden las algas a un acopiador, que llega cuando menos lo esperan y les paga en efectivo sin pedirles un certificado de procedencia (documento que emite el Produce y que certifica que la alga no fue obtenida con técnicas ilegales) o un su carnet de pescadores artesanales, que emite la gerencia regional de la Producción.

“Estos acopiadores luego las llevan a las plantas picadoras, que blanquean las algas”, explica el dirigente Sixto Rojas. Él se refiere a que son las empresas y las Organizaciones Sociales Pescadores Artesanales (OSPAs) quienes emiten estos certificados de procedencia para legalizar las algas que los acopiadores les venden. Así también lo confirman funcionarios del gobierno regional de Arequipa, como el subgerente de Pesca, Omar Paz Valcarcel. Quién señala que se hace esto debido a la falta de fiscalizadores en el sector.

Los algueros trabajan todos los días en las caletas y riscos del litoral del sur peruano. FOTO: IVÁN SALCEDO

“En otros casos, los algueros que no tienen autorización van con los asociados y les piden que les emitan un certificado. Claro, eso tiene su costo, pero lo asumen porque igual salen ganando. Y las autoridades no hacen nada. Es fácil darse cuenta cuando una algas es cortada y cuando es varada. Solo tendrían que ir a las plantas y pararse a esperar que lleguen las algas”, añade Rojas.

Una de las empresas que tiene esas malas prácticas es Globe Seaweed International SAC. Esta compañía de capitales chinos es hoy por hoy la principal exportadora de algas marinas. Desde el 2005, cuando empezó a operar, ha enviado más de 191 mil toneladas hacia China. Y en sus 18 años de vida, Globe Seaweed International fue sancionada en siete oportunidades por el Ministerio de la Producción por entregar información falsa o incompleta sobre sus operaciones, impedir la labor de los fiscalizadores, realizar operaciones pesqueras sin autorización y procesar algas sin certificado de procedencia.

De acuerdo con la prensa local, en 2008 el Ministerio Público y la Policía intervinieron los almacenes de Globe Seaweed International ubicados en el distrito de La Joya (Arequipa) cuando un tráiler con 15 toneladas de algas sin certificados de procedencia fueron descargadas. En 2016, el Produce encontró que la empresa procesaba algas que habían sido obtenidas con técnicas ilegales y sin el certificado de procedencia que exige la norma. Le impusieron una multa por el equivalente a US $ 125 mil, pero nada más.

De igual forma en febrero del 2016, las autoridades fiscales incautaron 34 contenedores llenos de algas por un valor de US $ 637 mil, que estaban a punto de ser embarcados en buques para su exportación. Y en julio de ese mismo año, el Ministerio de la Producción intervino otra vez los almacenes de la empresa con 13 toneladas de algas marinas que no contaban con los certificados de procedencia. Finalmente, ese año abandonaron la región Arequipa y se mudaron a Ica. Desde entonces, no han vuelto a ser molestados por las autoridades. Esto a pesar de que ninguna de las nueve plantas productivas, que la empresa señala en su registro de establecimientos anexos, aparece en el registro de Plantas Pesqueras del Ministerio de la Producción.

Otra gran exportadora con malos antecedentes es Algas Sudamérica SAC. La empresa creada en diciembre del 2015 con un capital de apenas S/ 6 mil o US $ 1.500 creció rápidamente y en su primer año de operaciones movieron más de US $ 1,4 millones. Luego todo fue cuesta arriba. Hasta la fecha ya han facturado alrededor de US $ 20 millones. Pero la empresa no es totalmente responsable. El Produce ha sancionado a Algas Sudamérica en dos oportunidades por no presentar la documentación de sus cargamentos de algas en el momento de la intervención y tampoco en el plazo que la entidad les dio. Vale destacar nuevamente que ninguna de las cuatro plantas de procesamiento que la empresa tiene en las regiones Ica y Arequipa aparece en el registro de Plantas Pesqueras del Produce.

Así, la lista de empresas sancionadas por el Produce suman 19; un 10,5% de todas las que operan en el país. (Lista completa)

Para este reportaje visitamos los almacenes y las plantas de procesamiento de estas empresas y los trabajadores señalaron que no podían dar ninguna manifestación. Dejamos nuestro contacto para que los dueños puedan brindar sus descargos, pero nunca llamaron. 

Quién sí respondió fue el gerente de la Producción del Gobierno Regional de Arequipa (GORE Arequipa), Luis Vargas Choque. Pero dijo que no conocía el tema y deslizó que de todas maneras no podría hacer nada y nos trasladó con el subgerente de Pesquería Omar Paz Valcárcel. Días después Vargas Choque renunció al cargo. 

Paz Valcárcel declaró y aclaró que el gobierno regional ya no cuenta con las competencias para fiscalizar a las plantas procesadoras de algas marinas. Esto porque desde el 2017 el Produce determinó que las plantas ya no podían ser artesanales, sino de tipo industrial. Esto ha provocado que las empresas inicien un proceso de adecuación, que ya lleva más de cinco años y que no parece haber cambiado el panorama. 

“Sabemos que muchas de las plantas siguen con las técnicas rudimentarias de siempre”, añadió Paz. El funcionario además se excusó de la falta de fiscalización a la actividad de los algueros en las playas y caletas de la región. Dijo que a pesar del cambio de autoridades, en enero de este año, la situación no ha cambiado. 

“Seguimos con tres fiscalizadores y no podemos cubrir los 521 kilómetros de litoral de la región. Tampoco tenemos logística ni presupuesto para realizar operativos, aunque estamos coordinando siempre con la Policía”, dijo. El funcionario además explicó que estos tres fiscalizadores no solo tienen que supervisar la actividad alguera, sino toda la actividad marina y la que se realiza en los ríos de la región. Una tarea ya de por sí titánica.

Una salida con valor agregado

Mientras en Arequipa e Ica los algueros, acopiadores y empresas depredan los bosques de algas marinas para hacer crecer sus intereses, en la región Moquegua, en el puerto de Ilo, el panorama es totalmente distinto. Allí hay solo tres asociaciones de algueros que cuentan con apenas 35 miembros registrados, quienes realizan la labor de recolección cumpliendo estrictamente las disposiciones que señala la ley de aprovechamiento de las algas marinas. La misma dispone que sólo pueden aprovecharse las algas que el mar vara de forma natural.

En Ilo están desterradas las técnicas ilegales del barreteo o del corte con ganchos o por buceo de las algas marinas. José Zapata, dirigente de la Asociación Las Brisas, explica que antes del 2012 los algueros depredaban los bosques marinos sin piedad, pero también se dieron cuenta que estaban afectando otras actividades como la pesca artesanal y la extracción de mariscos. “Desde entonces nos hemos organizado y existe un acuerdo de cumplimiento mutuo, para no cortar las algas, sino solo recolectar. El fin es obtener un balance: que nosotros podamos obtener ganancias pero sin afectar al ecosistema”, dice Zapata.

Ubicación de la costa explotada

Infografía elaborada por Historias sin fronteras.

Este joven dirigente cuenta que las asociaciones han buscado la forma de sacarle mayor provecho a su actividad tecnificándose. José, por ejemplo, estudió ingeniería pesquera en la Universidad Nacional de Moquegua (UNAM) y logró pagar sus estudios con su actividad alguera. Luego empezó a especializarse en el cultivo de algas marinas y llevó la idea a su asociación. Con el apoyo de todos lograron ganar subvenciones concursales que la empresa minera Quellaveco convocó como parte de sus programas de responsabilidad social. Y con los primeros premios, Zapata y otros algueros pudieron capacitarse en Chile y luego contratar especialistas para que les enseñen los primeros pasos en el cultivo de algas. 

Hoy, Las Brisas cuenta con un laboratorio de cultivo de algas ubicado en una sede del Ministerio de la Producción, a unos minutos del puerto de Ilo. Allí Zapata y su compañero Esaú Calagua muestran el proceso que realizan. Para cultivar algas de la variedad yuyo hay que cortar ramas como si de piecitos de plantas se tratase y luego estimulan su crecimiento en cuerdas de rafia que son llevadas a sus “parcelas” ubicadas en una playa cercana. Allí tienen 18 líneas de 100 metros cada una y de las que pueden obtener alrededor de una tonelada por línea dos veces al año. La alga que cosechan la vendían sin procesar a los restaurantes de la ciudad portuaria, pero desde hace dos años han dado un paso más de su proyecto: le están dando valor agregado generando productos comestibles y de consumo.

Ciclo de Cultivo del yuyo

Los algueros de Ilo aprendieron a cultivar algas de la variedad yuyo gracias a la ayuda de la mina Anglo American.
Las algas yuyo crecen rápidamente luego de cortar un “piecito” de otra más grande.

Infografía elaborada por: Historias sin Fronteras

José Zapata muestra con orgullo la mermelada, la harina de alga, el fertilizante y la alga deshidratada que están elaborando y que ya venden en algunos comercios y a empresas, como Quellaveco, y que muestra su éxito. “Lo que buscamos es dejar de vender materia prima y generar una pequeña industria alrededor de las algas. Y ya estamos ganando clientes, que nos piden más producto y para ello necesitamos hacer crecer la magnitud de nuestros cultivos. Ahora tenemos que pensar como empresa, para ganar rentabilidad”, añade Zapata en la oficina de la asociación donde vende, por ejemplo, dos potes de mermelada de membrillo enriquecida con harina de algas a 15 soles o US 4 dólares. 

Mientras tanto, en el lejano distrito arequipeño de Chala, donde los algueros siguen depredando las praderas marinas, el dirigente Sixto Rojas sueña con que algún día sus paisanos y las autoridades regionales implementen un programa de cultivo de algas para darle valor agregado y generar una pequeña industria para la venta local y, por qué no, para la exportación. 

“Así dejaríamos de ser depredadores para convertirnos en transformadores. Incluso, si contáramos con una pequeña industria los algueros dejarían de depredar y solo aprovecharían lo necesario para producir productos con valor agregado. Lo que necesitamos es tecnificarnos, pero solos no podemos. Necesitamos que las autoridades regionales se interesen”, agrega Rojas, mientras mira como un sol rojizo va perdiéndose en el horizonte del océano Pacífico.

Rufo Chávez muestra el rizoide de una alga que es varada por las olas del océano. FOTO: RODRIGO TALAVERA

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