Por Jenny Gonzales | Traducido por Nina Jacomini / Mongabay Latam

  • Después de casi perder su población de jaguares en la primera década del siglo, el área del Bosque Atlántico en la frontera entre Brasil y Argentina registró un aumento de más del doble en el número de individuos: hoy 105 jaguares viven en los parques nacionales de ambos países.
  • Los gobiernos de Brasil y Argentina se han unido para intensificar las acciones de inspección, lo que resultó en la detención de cazadores. Las investigaciones científicas también han inhibido a los cazadores, pues saben que el área es monitoreada por cámaras camufladas.

En diciembre pasado, las cámaras trampa instaladas en el Parque Nacional do Iguaçu de Brasil—unidad de conservación que alberga una de las áreas remanentes de este bioma— capturaron a un nuevo miembro de la población de jaguares (Panthera onca) que habita la región, en la frontera con Argentina.

La hembra, bautizada como Cacira, se contará en el próximo censo de la especie, que se realizará en el primer semestre de este año a ambos lados del río Iguazú, donde se encuentran el parque brasileño y el argentino, Parque Nacional Iguazú, en un esfuerzo conjunto de investigadores de ambos países.

Juntos, el Parque Nacional do Iguaçu (Brasil) y el Parque Nacional Iguazú (Argentina) suman alrededor de 250 mil hectáreas. Más de 2 millones de personas al año vienen a ver su atracción principal, las Cataratas del Iguazú, pero la mayor importancia de los parques está en lo que preservan: ambos son parte del corredor más importante del Bosque Atlántico en el centro-sur del continente sudamericano. Foto: Xavier Bartaburu.

Cacira es parte de una tendencia creciente en el número de jaguares en la región, después de una pérdida casi total de su población en el lado brasileño en la primera década del siglo. Si a principios de la década de 1990 había alrededor de 400 individuos entre los dos países, en 2005 solo quedaban 40, y de estos, solo ocho en la parte brasileña (en 2008). Los factores principales que empujaron a la especie al borde de la desaparición fueron la caza y la pérdida de hábitat producto de la deforestación intensa en esta parte del bioma de la Mata Atlántica.

Sin embargo, se produjo un cambio a partir del 2010, cuando los números comenzaron a aumentar, llegando a 58 jaguares en ambos países (de estos, 14 en Brasil). Los investigadores contaron 90 en 2016 (22 en Brasil) y 105 en 2018 (28 en Brasil).

«El objetivo es llegar a 250 individuos en total, un número que la región podría mantener en su estado actual», dice Ronaldo Morato, coordinador del Centro Nacional de Pesquisa e Conservação de Mamíferos Carnívoros (Cenap), órgano vinculado a ICMBio.

Argentina tiene una mayor cantidad de jaguares porque el área cubierta por el censo incluyó, además del Parque Nacional Iguazú, otros dos parques en la provincia de Misiones y 400 mil hectáreas de bosque. En Brasil, el muestreo se limitó al Parque Nacional do Iguaçu, una franja verde de 185 mil hectáreas rodeada de cultivos.

Especies clave en la regulación del ecosistema

«El jaguar sufre una fuerte amenaza en el Bosque Atlántico en su conjunto porque es una región altamente urbanizada, donde viven más de 140 millones de personas, es decir, dos tercios de la población brasileña. Lo que ayuda a la especie en la región de la Serra do Mar, en el mosaico de unidades de conservación [en las províncias de São Paulo, Paraná y en la frontera con Río de Janeiro], es que es una zona muy montañosa, de difícil acceso. Allí viven poco menos de cien jaguares», dice el jefe de Cenap.

No solo en el Bosque Atlántico se encuentra el animal en una situación vulnerable, y no solo en Brasil. «Como el gran remanente de bosque, la Amazonía es el bioma que garantiza la supervivencia del jaguar a largo plazo. Sin embargo, sus bosques están amenazados en todos los países amazónicos, como Colombia, donde las áreas forestales han sido reemplazadas por la plantación de palma para la extracción de aceite», dice Morato.

«Lo mismo es cierto en Centroamérica, además del Cerrado y de la Caatinga brasileños. La conversión del bosque en pasto aumenta el acceso humano a estas fronteras y, por lo tanto, también aumenta la posibilidad de la caza».

El felino salvaje más grande de América —cuyas manchas a lo largo de todo su cuerpo son únicas en cada animal— está presente en todos los biomas brasileños, excepto el de la Pampa, donde está extinto. El jaguar es una especie clave en la regulación del ecosistema, ya que, como depredador importante en la cadena alimenticia, controla la población de herbívoros (pecaríes, carpinchos, tapires, cerdos salvajes, etc.) que se alimentan de plantas jóvenes, que todavía están creciendo, y que reemplazarán a las más antiguas en el futuro.

El mapa muestra las áreas del Bosque Atlántico más adecuadas para servir como hábitat al jaguar. Las áreas anaranjadas son inadecuadas, mientras que las áreas verdes son las más adecuadas. Lo más destacado es la región de Iguazú, en la frontera entre Brasil y Argentina. Imagen: Paviolo, A., De Angelo, C., Ferraz, K. et al.

La soja y el maíz favorecieron el regreso de los jaguares

En Iguazú, el aumento de jaguares —el único caso en el continente sudamericano— se debe a una serie de factores. En los últimos años, los gobiernos de Brasil y Argentina han trabajado en asociación para organizar e intensificar las acciones de aplicación de la ley, lo que ha resultado en detenciones de cazadores, confiscación de armas y desmantelamiento de campamentos. Las investigaciones científicas realizadas en el terreno también inhiben la acción de los cazadores, pues saben que el área es monitoreada también por cámaras trampa camufladas.

Curiosamente, el cambio gradual de los cultivos en el campo desde 2007 hasta el presente —el predominio del ganado vacuno y ovino en las granjas locales fue reemplazado debido a la demanda mundial de soja y maíz— contribuyó a reducir el conflicto entre los agricultores y los jaguares en el área circundante. Antes, con la reducción de su hábitat y el suministro de presas naturales en el bosque, el felino terminaba por recurrir a la depredación del ganado y de los animales domésticos. Los agricultores, a su vez, mataban al jaguar en represalia.

Sin embargo, la caza (ilegal) no ocurría solo por esa razón. «La región sur tiene una fuerte tradición en esta práctica, los granjeros salen a cazar cerdos y, si encuentran un jaguar, terminan matándolo muchas veces», dice el coordinador de Cenap.

Esta mentalidad, sin embargo, ha estado cambiando entre los 500 000 habitantes de los 14 municipios ubicados alrededor del Parque Nacional do Iguaçu, según Yara Barros, coordinadora ejecutiva del Projeto Onças do Iguaçu. La organización, en cooperación con investigadores argentinos de Proyecto Yaguareté, monitorea la población de la especie y realiza trabajos de conservación en la región.

«La supervivencia del jaguar depende en gran medida de la tolerancia humana a ese animal. Nuestro trabajo busca la coexistencia entre los dos grupos a través de un cambio de percepción en relación con los felinos», dice Barros.

Al contrario de lo que sucede con los leones, tigres y leopardos, los grandes carnívoros brasileños no comen personas. Los jaguares tienden a evitar la presencia del hombre. Sin embargo, la fuerza de su mordida es capaz de romper el cráneo de un tapir. Foto: Gregoire Dubois.

Las fuentes alternativas de ingresos reducen la matanza

El trabajo se traduce en una serie de iniciativas creadas a lo largo de los años, como el «Papo de Onça», en el que los investigadores enseñan a los residentes locales cómo manejar adecuadamente el ganado y otros animales para prevenir la depredación de los felinos. O qué hacer si te encuentras con uno de ellos (el jaguar generalmente evita a los seres humanos).

«También estamos evaluando cómo incentivar las fuentes alternativas de ingresos para los productores que han perdido ganado debido a la depredación. Muchos de estos ganaderos poseen propiedades pequeñas o medianas. Es una forma de compensarlos y disuadirlos de matar al jaguar», dice Barros.

«En el municipio de São Miguel do Iguaçu, por ejemplo, un jaguar mató a uno de los terneros de un granjero. Vimos que él producía un poco de queso y comenzamos a llevar el producto para venderlo en el parque, lo cual funcionó. La última vez, tomamos 40 unidades y las vendimos en cinco minutos. El productor ahora lo llama ‘queso del jaguar’, y también ha comenzado a comercializar el ‘vinagre del jaguar’. Además, instaló una cerca eléctrica en la granja que mantiene alejados a los animales».

Otra acción es «Onça na Escola», con la que se realizan conferencias y obras de teatro para niños en las escuelas públicas. En 2019, se realizaron 20 eventos, llegando a 1,5 mil personas en 12 municipios.

Morato, uno de los principales especialistas en la especie del país, confirma la mayor aceptación del gran felino. «No solo en el Parque do Iguaçu, sino en proyectos en todo Brasil, se nota una mayor aproximación de agencias gubernamentales, investigadores, ONG y comunidades rurales. Hay agricultores que todavía no aceptan el trabajo de conservar la biodiversidad, pero veo que las personas en general se llevan bien con la naturaleza. He observado esto en el trabajo de campo, cuando nos acercamos a los agricultores y trabajadores rurales, en un cambio que ha tenido lugar en los últimos años».


En enero, una cámara trampa instalada en el Parque Nacional do Iguaçu (Brasil) capturó la imagen de un jaguar (que recibió el nombre de Croissant) arañando el tronco de un árbol. Además de afilar las garras, arañar también es una forma de marcar el territorio. Imagen: Projeto Onças do Iguaçu

Referencias:

Paviolo, A., De Angelo, C., Ferraz, K. et al. A biodiversity hotspot losing its top predator: The challenge of jaguar conservation in the Atlantic Forest of South America. Sci Rep 6, 37147 (2016). https://doi.org/10.1038/srep37147

Fuente: Mongabay Latam

Foto de portada: un jaguar hembra en la orilla del río. Créditos: Bernie Dup, publicado bajo licencia CC

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